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X PROMOCIÓN DE MÉDICOS CIRUJANOS.

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X PROMOCIÓN DE MÉDICOS CIRUJANOS DE LA UNERG "DR. EDGARDO MALASPINA"

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2010

HISTORIA DE LA MEDICINA EN EL ESTADO GUÁRICO

HISTORIA DE LA MEDICINA EN EL ESTADO GUÁRICO
LIBRO DEL DR. EDGARDO MALASPINA: HISTORIA DE LA MEDICINA EN EL ESTADO GUÁRICO

jueves, 30 de abril de 2020

jueves, 8 de abril de 2010

MEDICINA INDÍGENA EN GUÁRICO



POR: EDGARDO MALASPINA



Aproximación a la Medicina Indígena en el Guárico

Todos los pueblos indígenas en sus sistemas filosófico – religiosos tiene una concepción ligada a la salud. No obstante esas nociones con respecto a la medicina dependen del grado de desarrollo cultural alcanzado por determinado grupo indígena.

Según J.A. De Armas Chilty la parte occidental del Estado Guárico (Calabozo, San Juan de los Morros) fue ocupada por Caribes, denominados apones, cumanagotos, aoriguires y otomacos. Estas eran tríbus que vivían de la caza y de la pesca. Los apones practicaban la poligamia.

Zaraza, Tucupido, Santa María de Ipire, El Socorro, Valle de La Pascua y Chaguaramas fue zona de los palenques, cumanagotos, guamos y guamonteyes. Altagracia de Orituco, Macaira y Guaribe fue habitada por indios guaiquiries, güigüires, ipares y guaribes. El Alto Orituco fue territorio de los tomuzas y quiriquires. Palenques y cumanagotos vivieron en la Selva Tamanaco. En el siglo XVII fueron llevados por los colonizadores indios caribes, güires, atapaimas, chinos y amaibas a Calabozo, Camaguán, Cabruta y Guardatinajas.

De Armas Chilty define dos corrientes indígenas en el Estado Guárico: “la que proviene desde el oriente, norte y noroeste con palenques y cumanagotos. En este grupo también se incluye los Quiriquires y Tomuzas de los Valles del Orituco. La otra corriente se divide en otomacos y abaritocos que suben desde Guayana hacia Cabruta; los amaibas, guamos y apones que llegan desde el Apure y el Portuguesa y alcanzan en sus correrías hasta el Guárico medio.”

Tribus nómadas de guires, palenques, guaiquiries y píritus merodearon por el Valle de Ortiz en las temporadas de lluvia.

En Tiznados vivieron los guaiquiries o guamonteyes. Dormían en ranchos armados en cuatro palos, se acostaban sobre cueros de venado que después arrastraban cuando viajaban. También los guires habitaban la región. Eran nómadas y recolectores.

Oldman Botello narra la persecución que hizo Garci González de Silva en 1576 a los indios Caribes Guárico. Encontró en las orillas del río Tiznados cerca de 200 cabezas de indígenas. Oviedo y Baños interpretó el hecho como producto de borracheras y festines que terminaban en sacrificios “para saciar con sus cuerpos la bestial inclinación de hartarse de carne humana.” Sin embargo a la luz de la etnología moderna ese acto se interpreta como antropofagia ritual.


Las tribus que habitaron el Guárico fueron nómadas. Iraida Vargas Arenas hace una descripción de esos grupos, los cuales pasaban la mayor parte del año errantes y descansaban en un asentamiento o base central. Tenían una densidad de población muy baja. Los grupos no pasaban de 25 familias emparentadas unas con otras. Recolectaban raíces silvestres, cazaban y pescaban. No conocían la agricultura. Se embriagaban con chicha. Los guamos comían caimanes, aborrecidos por otros indios. Los guamonteyes usaban arcos, flechas y fisgas, este último instrumento es un arpón de tres dientes. Los otomacos en su fase estable cultivaban el maíz de dos meses, el cual en ese tiempo crece, echa mazorca y madura. Los betoyes se cubrían el cuerpo desde las axilas hasta la ingle con una corteza de árbol. La mayoría de los estudiosos coinciden con que los indios del llano andaban desnudos. Pero los guamos usaban un ceñidor ancho de algodón tan bien hilado que los españoles los adquirían. Estos mismos indios se pintaban antes de ir a la guerra y practicaban un tipo incipiente de cirugía: se separaban el filo exterior de sus orejas por una incisión en la cual se colocaban pequeños objetos que no querían perder o traer en sus manos.

Los guaiqueríes y guamonteyes gozaban de aparente buena salud. Son descrtitos como altos, morenos y de mucha fuerza. Los guamos hacían festines, bebían y bailaban. A la hora de dormir lo hacían en el suelo. Eran buenos alfareros y hacían jarras de dobles asas para beber agua. Utilzaban contra sus enemigos hechizos y venenos, aunque se desconoce la naturaleza de estos últimos.

Iraida Vargas Arenas presenta un cuadro cultural de los Yaruros del Estado Apure y los otomacos por su parecido al que existía en el Estado Guárico en la época prehistórica.

Los Yaruros andan errantes por el río Capanaparo y Sinaruco. Transportan sus pocas posesiones. Fuman y tiene un Shaman que describe imágenes religiosas y explica la existencia y hace preparativos para la comunión con los dioses. No practican la agricultura. El perro es el único animal que domestican. Carecen de viviendas: colocan ramas en la arena para protegerese de los vientos, los insectos, el sol y la lluvia. Durante la noche duermen en huecos cavados en la arena.

Los otomacos eran cazadores y pescaban. Preparaban aceite extraído de los huevos de tortugas. Recolectaban semillas, raíces, frutos, cera y miel de abejas. Cultivaban yuca, pero práctiamente no preparaban cazabe. Consumían una arcilla especial de color gris amarillento quemada al fuego. Lloraban a los muertos al iniciarse el día. Jugaban a la pelota. Después de la caza, comían y se bañaban en el río. Luego cantaban y bailaban hasta la media noche. Adoraban a la luna. Eran buenos tejedores. Hacían pabellones para protegerse de los mosquitos.

En 1780 el obispo Martí visitó Guardatinajas. Allí vivían indios cumunagotos, los cuales hicieron una exhibición para distraer al dignatario religioso con arco y flecha. Fray Joseph Francisco de Caracas registró el hecho de esta manera: “Con estas armas (arcos y flechas) cazan, pescan, se defienden y matan, untando sus lancetas con un veneno que llaman curare, tan activo que lo mismo es tocar la sangre, que infeccionar toda su masa y causar la muerte; sin embargo, como en el mismo acto de recibir la herida, se acierta a tener un grano de sal en la boca, puede el paciente escapar la vida.” (5) Es decir conocían este importante veneno, usado en la farmacología moderna, y trataban de aplicar un posible antídoto.

José Gumilla (1686 – 1750) hizo importantes apuntes en sus libros para entender el desarrollo de la medicina de los indios del llano. En su obra “El Orinoco Ilustrado” se refiere constantemente a tríbus indígenas que a través del Orinoco se desplazaban hasta las tierras del Guárico. José Rafael Fortique hace el estudio del aspecto médico en la obra de Gumilla (7) y de allí a continuación hablaremos.

Los indios del Orinoco practicaban la circuncisión, la poligamia, y se bañaban tres veces al día. Tenían buena dentadura. Algunas tríbus practicaban el infanticidio en las niñas para evitar el sufrimiento futuro seccionando el cordón umbilical para que se desangraran. Comían abundantemente, excepto los otomacos que hacían una sola comida en el atardecer y tenían como regla higiénica enterrar sus excretas. Eran geofagos, enterraban los granos y luego los extraían y amasaban con la tierra. Practicaban autoescarificaciones. Las mujeres guamas se traspasaban la lengua con un hueso amolado y bañaban con su sangre los niños enfermos. Los guaiqueries aislaban a las muchachas cuando presentaban la menarquía, para evitar que perjudicaran las cosas y a los demás. Estos mismos indios encerraban a las jóvenes que contraían matrimonio, por 40 días con una dieta de cazabe y agua. Las indias parían solas y luego se lavaban en el río. El parto gemelos era castigado: se comparaba al de los animales como ratones o cachicamos de partos múltiples y se sospechaba infidelidad. Se reconocía un solo hijo y el otro era asesinado. Practicaban la eugenesia: los niños defectuosos eran inmediatamente enterrados vivos. Las indias amamantaban a sus hijos por largo tiempo.

Los guamos explicaban las enfermedades como producto de la acción de espíritus malignos. Eran animistas. Los otomacos ponían al lado de sus cadáveres raciones de alimento y de chicha para calmar el hambre y la sed en el último viaje. Algunos indios cargaban a sus enfermos en canastas. Las indias se esterilizaban con hierbas y bebidas.

Los indios de Orinoco tenían una medicina mágica con exorcismos y ritos misteriosos. El Piache chupaba el sitio anatómico donde pensaba que estaba el mal y extraía piedras, previamente colocadas en su boca. Pero conocían también hierbas, raíces, hojas, semillas y flores de efectos medicinales. En algunas enfermedades recurrían al ayuno y en las fiebres sumergían al afectado en el río o lo rociaban con agua (balneoterapia). Para las mordidas de serpiente aplicaban tabaco masticado. Contra los mosquitos se untaban el cuerpo con onoto y manteca de tortuga. Los otomacos fabricaban pabellones con hojas de palma.

Sobre las enfermedades que padecían los indios del Orinoco Gumilla habla de jejenes (phlebotomus) transmisores de las leishmaniasis visceral y cutánea, y de unos mosquitos verdes que dejan sus huevos en la piel del afectado con desarrollo posterior de un gusano y apostema (miasis furuncular). Esta enfermedad la curaban con chimó. También describe a los pitos (Rhodnius prolixus), transmisor de la enfermedad de Chagas. Los indios del Orinoco sufrían de herpes zoster, sarna, paludismo, neumonía, etc. Empleaban la tuatua como laxante, hueso de cachicamo para el dolor de oido, piedra de iguana en las afecciones urinarias, uña de danta como amuleto. Con este último fin también usaban los colmillos del caimán, y las piedras de curbinatas. De las plantas medicinales conocían el mastranto, la hierba Santa María (parecida a la hierbabuena) y el árbol otova, el merey y el palo de aceite.

Gumilla dice que las heridas de raya entre los indios “se encanceraban.” Los indios del Orinoco no sólo practicaban la circuncisión sino también la cliredectomía.

Los otomacos usaban como anestesico unos polvos llamados yupaz, aplicados en las fosas nasales. La yupa es una planta estupefaciente (piptadenia peregrina).

Entre los indios del Orinoco una mordida de serpiente venenosa terminaba con la amputación del miembro afectado para evitar la difusión del mal. Guimilla vio tribus hasta con 50 manco o cojos.

Sobre los cumanagoto siempre presentes en las tierras del Guárico, el Dr. Jesús Cordero Moreno (realizó un estudio referente a sus concepciones médicas. Los hombres cubrían su sexo con una calabaza, las mujeres usaban guayuco. El piache se colocaba en la cabeza una faja, usaba brazaletes de cuentas en los brazos, se pintaban los dientes con colorante negro y mascaba una yerba llamada ayo. Repudiaban la esterilidad femenina. El hombre descansaba después del parto de las mujeres porque suponían que el espíritu del padre cuidaba del hijo recién nacido. Durante 8 días la mujer observaba una dieta sin carne ni pescado y no se bañaba hasta la caída del cordón umbilical del niño. La sangre menstrual la consideraban sagrada.

Los cumanagoto en su farmacopea empleaban la coca que adqurían de los tomuza; ñongues (estupefaciente que contiene alcaloides como la atropina), el tabaco, tusiya (astringente), secua (emitio y purgante), yerbamora, aceite de palo, cáscara de plátano, piedras bezales de venados, concha molida de cachicamo como exudatorio, piedras de la vejiga de iguana para el dolor de muela, etc. Los cumanagoto recurrían a las sangrías en los brazos y otras partes del cuerpo para tratar varias enfermedades. Todos las acciones médicas estaban encaminadas a expulsar los espíritus malignos. El piache era llamado piaza o pizamo y estudiaba su arte desde la juventud con profesores. Cuando moría el enfermo podía ser culpado de errar la cura y su vida corría peligro. Lo podían castigar con la pena de muerte.

En conclusión, los indígenas que habitaron en las tierras de Guárico por su condición errante no alcanzaron mayor desarrollo en la ciencia médica, sin embargo es evidente que poseían incipientes elementos de la misma. Por otro lado algunas tríbus tuvieron adelantos médicos notables.

MEDICINA EN GUÁRICO DURANTE LA COLONIA



POR: EDGARDO MALASPINA


La Medicina en el Guárico durante la época Colonial

El desarrollo de la medicina en la Provincia de Venezuela durante el régimen colonial se ubicó preferiblemente en la ciudad de Caracas. En las otras ciudades que conformaban la Capitanía el progreso de las instituciones y los servicios médicos fue lento. La medicina era ejercida por curanderos, barberos y escasamente por médicos diplomados. En la mayoría de los casos los métodos empleados constituían una combinación proveniente de las prácticas indígenas y los conocimientos europeos.

El primer hospital del país se construye en Barquisimeto en 1582, y de estos establecimeintos médicos tenemos conocimientos por los periplos de los dignatarios de la iglesia, quienes tenían la potestad de visitarlos. El Obispo Martí da testimonio de que en el siglo XVIII existían hospitales en Caracas, La Guaira, Maracaibo, Carora, El Tocuyo, Trujillo, Guanare, San Felipe, Barquisimeto, Valencia, San Sebastián de los Reyes y Puerto Cabello. El Obispo constata que no hay hospitales en Nirgua, Ospino, Araura, Villa de Cura y Calabozo; por lo que toma medidas para fundarlos en esas ciudades.

No obstane el 30 de julio de 1805 el Obispo Ibarra elabora una lista de ciudades con hospitales existentes en el país. Allí aparecen: Caracas, La Guaira, Puerto Cabello, Valencia, San Felipe, Barquisimeto, El Tocuyo, Carora, Guanare y San Sebastián. Como notamos, ningun pueblo del Guárico es nombrado.

San Juan de los Morros con pocos habitantes y sin Médico

Aunque estuvo hasta el 28 de noviembre como párroco de San Juan de los Morros, Domingo de Herrera, renunció al curato el 2 de julio de 1783. Alegaba motivos de salud, desamparo y escasez del pueblo y la falta de médico y medicinas.

“En 1804 la población es de 800 vecinos, y el pueblo es tan pequeño que no tiene más de 30 casas. Sus moradores son pobres. Don Silvestre Alonso Mena falleció el año anterior. Era un sujeto de arraigo y comodidad y en 1802 estaba muy quebrantado...”

“En 1805 la población era de 1500 habitantes”.








El Médico examina a quienes se alistan en el ejército en Calabozo en 1779

En 1779 el Teniente de Justicia busca hombres para combatir las cimarroneras en las montañas de Tiznados. Un francés es llamado pero se niega ir al servicio. El teniente de Justicia expone: “Cuando eché las cajas para juntar gente, un francés que está avecindado en esta Villa, llamado Reinaldo, que ha sido soldado o cabo veterano, no quizo parecer donde concurre la gente y necesitando yo en este lance tanto a un hombre que había servido, para que diese algunas instrucciones al cabo, por ser hombre del país; y siendo necesario se hiciese cargo de algún piquete lo llamé y dí la órden de alistarse para ir; pretextome al principio estar enfermo de una pierna, visto que no; pretextó dijo tenía pujos, reconociéndolo el médico y no lo encontró enfermo...” (10)



Un Juicio a un curioso de Calabozo en 1791 nos da luces sobre la situación médica regional

Como ya se observó en la colonia los médicos y curiosos ejercieron el arte de curar indististintamente. A veces los curiosos demostraban mayores o iguales conocimientos que los galenos, producto de su experiencia y práctica. Por otro lado la lucha contra ese ejercicio ilegal se hacía difícil por cuanto los graduados eran muy pocos.

Don José Romualdo de Silva Arrechadera era una especie de curioso y médico que ejercía en Calabozo, y en 1791 fue acusado por el Regidor del Cabildo, Francisco Javier Gutiérrez Noriega. El juicio llegó hasta la Real Audiencia.

La acusación del Regidor era sencilla: Silva ejercía ilegalmente la medicina en la Villa de Calabozo, había causado la muerte de varias personas, entre ellas la de una esclava suya, cuyo valor reclamaba. A favor de Silva esta una parte del cabildo, el cura y Vicario Don Juan Angel Leal, el Sub – delegado de Real Hacienda Don Carlos del Pozo, el Alcalde Ordinario de primera elección Don Rafael Villamediana, el Escribano Demetrio Montiel, el Alferéz Real Don Juan Delgado, el pbro Br. Diego Pasquier, cura Doctrinero de la Santísima Trinidad y el pbro. Don Jorge Antonio García, cura Doctrinero de Nuestra Señora de los Angeles.

Las personas arriba mencionadas abogaban en la defensa de Silva: “El acierto con que Romualdo está ejerciendo la medicina en Calabozo desde fines del año ochenta y siete, un genio afable y humilde, por cuya razón ha merecido que lo atiendan y favorezcan con su cariño y trato de piedad con que mira a los enfermos, con particularidad a los pobres a quienes no sólo visita sin interés, sino que le suministra los medicamentos y alimentos en su propia casa, sin haber sido oido jamás que alguno se le haya muerto sin confesión...”

El abogado defensor de Silva ante la Real Audiencia, en su interveción arroja bastante luz sobre el ejercicio de la medicina en los pueblos de Venezuela para esa época. Decía el abogado que era imposible atender a la ciudad de Caracas con los médicos titulares y con mayor razón a la provincia, “por ello no es cosa monstruosa ni rara, que curen en los pueblos, villas y ciudades fuera de esta capital, los que carecen de principios en las universidades y colegios, pues aquí mismo (Caracas) se encontraban muchos que en calidad de curiosos lo hacen con aceptación del público, y aun allí (en Calabozo) lo practica el propio Don Francisco Noriega y otros muchos, sin tener como tiene Romualdo licencia del protomédico desde agosto del ochenta y nueve, autorizada con el pase y recibimiento del Cabildo (como se ve al folio trece y catorce), y siendo tan pocos los profesores que se hayan aun en esta ciudad, carecerían de consuelo los enfermos de toda la provincia sino pudiesen los curiosos recetarlos, cuya práctica siempre observada y necesaria, sólo pueden atenderla los Jueces Territoriales para con los desaciertos en sus curaciones, falta de caridad para con los pobres, o de costumbres corrompidas y del mal ejemplo pero no con un sujeto como Romualdo a cuyo favor certifican los mismos jueces y los cabezas y personas principales de la Villa de Calabozo...”

De esta exposición se desprende que en aquella época el ejercicio médico de los curiosos era necesario.



El Dr. Cousín recibe a Humboldt en su casa

El Dr. Miguel Angel Cousín nació en Calabozo entre los años 70 y 80 del siglo XVII.

En 1800 estuvo trabajando en la Intendencia de la Real Hacienda en Calabozo.

Cuando Alejandro de Humboldt visitó Calabozo, el Dr. Cousín le dio alojamiento en su casa. Además lo ayudo, junto a Carlos del Pozo, en sus actividades científicas.




Rezar de rodillas puede afectar la salud

Durante la colonia, el sexo, las diferencias sociales y raciales tenían sus consecuencias discriminatorias. Eso lo constatamos una vez más en el siguiente relato. Además observamos que ponerse de rodillas puede afectar la salud. Notamos también la muy difundida práctica de enterrar los muertos en las iglesias, cuando en otros países ya existían normas sanitarias para reglamentar los cementerios.

El siguiente episodio sucede a finales del período colonial en el Guárico: “palacio de la Suprema Junta 8 de enero de 1811.

Vista por los señores de ella, la nueva instancia que hace José Félix Salinas, vecino del pueblo de San Francisco de Tiznados, quejándose del Justicia mayor de la Villa de Calabozo por no haber dado cumplimiento a lo decretado por S.A. el veinte y seis de noviembre último, en que se ocupara y mantiene a dicho Salinas en la posesión y uso de la Alfombra que se le había concedido para su mujer y su familia, a pretexto de la aparición que se dice hicieron varios vecinos blancos de aquel partido: y teniendo en consideración la necesidad que autoriza semejante uso en las mujeres para conservar el aseo y limpieza de sus ropas, y preservarlas de los males que se les originan en la salud por la situación con que se colocan en las Iglesias, y humedad que generalmente conservan los suelos de éstas a causa de darse en ellas sepultura a los cadáveres de los difuntos, y particularmente en la de los campos por su temperamento y pocas precauciones; hallándose por consiguiente en disposición de causas mayores y unas frecuentes enfermedades, lo que no sucede en otras muchas partes, que por estar los templos con el aseo, decencia y precauciones necesarias, y ser naturalmente seco el piso, no se ha introducido semejante uso de tapetes. Dijeron que debían declarar, como declaran, por punto general: que el uso de estas en el otro sexo, es permitido a toda persona sin distinción alguna, y que sobre ellos ni debe hacerse ni consentirse se haga novedad que lo impida...”







EL OBISPO MARTÍ EXAMINA A UN EPILÉPTICO



POR: EDGARDO MALASPINA



Obispo Martí examina a un epiléptico

Lucas Castillo Lara refiere en su obra sobre Guardatinajas el caso de un hombre, aparentemente demente, que fue examinado por el Obispo Martí en su visita pastoral por el Guárico.

El obispo Martí llegó a Guardatinajas a las diez y cuarto de la mañana el 24 de abril de 1780. Ante su presencia le condujeron a un hombre blanco. Hace 14 años vivía entre Camaguán y los hatos de San Gerónimo, Pirital y Concepción. Tenía como 40 años. Se vestía con sólo un guayuco. Vivía de las limosnas. Trataron de llevarlo a Calabozo, cuando el obispo allí se encontraba, pero el hombre se descompuso en el camino y empezó a echar espuma por la boca. En Guardatinajas el obispo le hizo muchas preguntas pero no respondió. Otros lo interrogaron y el hombre calló. El obispo Martí decidió que no era cuerdo y lo remitió a Caracas al Hospital de San Pablo, con órden de no dejarlo salir para evitar que muriera sin asistencia o se lo comiera una fiera.

CARLOS DEL POZO VACUNA CONTRA LA VIRUELA



POR: EDGARDO MALASPINA



Carlos del Pozo vacuna contra la viruela en Calabozo y aplica el método de Jenner para curar otras enfermedades





La viruela era endémica en China y en los países Orientales se le conocía. Los musulmanes la llevaron a España y de allí se extendió a toda Europa. Más de sesenta millones de personas murieron en el siglo XVIII por la enfermedad. Con el descubrimiento de América los indígenas fueron atacados por el terrible mal.

Eduardo Jenner (1749 – 1823) vivió en una época cuando en Inglaterra la viruela era un mal común. Se sabía que el ataque de la enfermedad daba inmunidad para toda la vida. Era práctica corriente inocular pus de un caso leve o contactar con enfermos para obtener la inmunidad. Pero existía el peligro de contraer la enfermedad con riesgo mortal. En 1740 una ley prohibió esa forma de prevenir la viruela. En el medio rural se sabía que la viruela de la vaca (cowpox) que se transmitía a los ordeñadores protegía contra la viruela humana. Jenner investigó el asunto por doce años, y comprobó lo que se sabía en el campo. En 1778 hizo una comunicación a Londres sin éxito. En 1796 Jenner inoculó a un niño con vacuna obtenida de una jóven que se había infectado de una vaca. Los resultados fueron positivos. En 1798 Jenner publicó sus resultados en un trabajo intitulado “Investigaciones sobre la causa y efectos de la Viruela Vacuna”. El método de Jenner se difundió y aplicó en todo el mundo existosamente.

En Venezuela la viruela atacó a los habitantes desde el inicio de la Conquista. En 1585 el Gobernador General de Venezuela, Juan Pimentel, escribe que de viruela ha muerto la tercera parte de los habitantes del país. José De Oviedo y Baños (1671 – 1738) describió detalladamente una epidemia de viruela traida por unos esclavos provenientes de Guinea.

En 1588 como consecuencia de una epidemia de viruela en Caracas murieron indios y españoles. Desapareció el 30% de la población.

En los siglos XVII y XVIII los barcos negreros difundían la enfermedad en el país. En 1776 el Intendente de la Real Hacienda decretó que un médico debía examinar a los esclavos antes de bajar del barco.

La enfermedad atacaba la provincia: En 1611 en Margarita, en 1612 en Mérida y Maracaibo, y en 1692 en la Victoria.

Luego de una epidemia en 1580 se construyó el Hospital de San Pablo para los enfermos con un cementerio adjunto. Se crearon “Degredas” o casas en los caminos hacia Caracas para evitar la llegada de personas enfermas.

En 1763 murieron mil personas con la enfermedad en Caracas. En 1766 las muertes llegaron a diez mil.

La variolización en Caracas empieza en 1766 y en 1769 el Dr. Juan Perdomo continua con las vacunaciones.

El 20 de marzo de 1804 llegó al país la “Expedición Real de la Vacuna” enviada por el Rey de España Carlos IV (1748 – 1819). El cirujano Francisco Xavier De Balmis (1753 – 1812) dirigía la expedición. Los vacunadores inmunizaron a su llegada a gran cantidad de gente y propusieron la creación de la Junta de Vacunación, la cual se hizo el 28 de abril de 1864, presidida por el Capitan General Miguel de Guevara y Vasconcelos y los doctores José Aranda, José Domingo Díaz, Vicente Salias y Santiago Limardo. La junta podía aceptar a otros miembros, civiles, religiosos y facultativos.

Se pensaba que la vacuna contra la viruela era efectiva contra otras enfermedades, por eso en el artículo 11 del acta del establecimiento de la Junta Central en Caracas, Balmis dice textualmente “Habiendo acreditado la experiencia constante de la virtud preservativa contra las viruelas sino que ha curado muchas enfermedades cutáneas que mejora y fortifica la constitución delicada de los vacunados y por último que se opone al desarrollo de los vicios escrupulosos y raquítico, corresponde en mi concepto que la junta haga sus ensayos en los enfermos afectados de elefancia y luego de San Anton que tanto abunda en este continente: y respecto a que las nuevas y posteriores observaciones hechas en Constantinopla han comprobado que este admirable fluido es también un preservativo contra la peste, debe esperarse pueda serlo igualmente del vómito prieto y fiebre amarilla, enfermedades pútridas malignas y pestilenciales que sólo se diferencian de la verdadera peste de Turquía en el mayor grado de malignicidad que esta goza sobre las otras; de que se deduce que tal vez se lograra un específico contra estas crueles enfermedades que causan tanto destrozo particularmente a los recién venidos de Europa”.

Para realizar estas investigaciones con la vacuna el Capitan General, Miguel de Guevara y Vasconcelos designó a Don Carlos del Pozo, el 9 de noviembre de 1805, “para que se encargue de efectuar experimetos con la vacuna en los leprosos, conduciendo lazarinas de este hospital o vacunándolos en algunos que por casualidad no hubiesesn sido aún recluídos en él, y para lo cual debía usar el fluido obtenido en las vacas como más poderoso, y cuyos más activos efectos se habían patentizado por el mismo, supuesto que el traído por la Real Expedición había dejado ineficaces algunas tentativas aunque no las bastantes para probar una evidencia”.

Don Carlos del Pozo Sucre nació en Caracas y vivía en Calabozo. Tenía fama por las investigaciones en electricidad. Alejandro de Humboldt en su libro “Viaje a las regiones Equinociales” relata su encuentro con del Pozo: “Encontramos en Calabozo, en el corazón de los llanos una máquina eléctrica de grandes discos, electróforos, baterías, electrómetros, un material casi tan completo como el que poseen muchos físicos en Europa. No habían sido comprados en los Estados Unidos todos estos objetos; era la obra de un hombre que nunca había visto instrumentos de la electricidad más que por la lectura del Tratado de Sigaud de La Fond y de las memorias de Franklin. El Sr. Carlos del Pozo, que así se llamaba aquel estimable e ingenioso sujeto, había comenzado a hacer máquinas eléctricas de cilindro empleando grandes frascos de vidrio a los cuales les había cortado el cuello. Yo llevaba electrómetros de paja, de bolilla, de sauco y de hojas de oro laminado, asimismo una botellita de Leyden que podía cargarse por frotamiento, según el método de Ingenhouse, el cual me servía para experiencias fisiólogicas. No pudo el Sr. Pozo contener su alegría al ver por primera vez, instrumentos no hechos por él y que parecían copia de los suyos”.

La expedición de Balmis tenía, entre otros objetivos relacionados con la vacuna, establecer si existía en el país la viruela de las vacas o Cowpox. El 20 de octubre de 1802 esa tarea se le encomienda a Carlos del Pozo, teniéndo en cuenta que era un hombre cuidadoso y serio en materia de investigaciones científicas. Del Pozo respondió que mucho antes de recibir esa tarea ya se había dedicado al asunto. En efecto en las inmediaciones de Calabozo, Carlos del Pozo constató el cowpox en reses y que “en dos ocasiones había logrado comprobarlo mediante inoculaciones que practicó a varias personas, las cuales experimentaron todos los síntomas de la verdadera vacuna”. Esta información fue llevada al Rey, luego de lo cual se decidió nombrar a del Pozo como miembro de la Junta de Vacunación y corresponsal de la misma en Calabozo. En agosto de 1805 nuevamente Carlos del Pozo notifica a la junta que encontró granos de cowpox en las vacas observadas en Calabozo.

El fluido de la vacuna se conservaba por medio de la inoculación sucesiva o en costras. La vacuna se transportaba en botellitas de cristal. Cuando se usaba se le agregaba agua fría. Se formaba un líquido viscoso. Si se usaba la costra, se le guardaba en un frasquito. Cuando se aplicaba era pulverizada y disuelta en una gota de agua fría. El procedimeinto de inoculación lo describe José María Vargas en su trabajo denominado “Epítome sobre la Vacuna”:

“El Virus asi extraido para inocular de brazo a brazo, se le tomará con la punta de la lanceta, se le dará a ésta una posición perpendicular, para que el fluido baje a la misma punta; y mientras que con la mano izquierda se mantiene firme el brazo y tensa la cutis en el punto en que se va a inocular (que sería en la parte exterior y media cerca de la inserción del músculo deltoides), se introduce suavemente con la derecha, la lanceta, bajo la cutícula como línea y media o dos, haciendo con su punta varios movimientos, y levantando con ella la epidermis, de modo que el fluido adherido a la faz interior del instrumento, no se limpie hasta no haber penetrado todo lo necesario, retirándola entonces apoyada y limpiándola en la misma porción herida de la piel. Al hacer la herida debe cuidarse de no sacar sangre. Basta dos inoculaciones a dos y media pulgada de distancia entre una y otra”.

Como se observa en la vacunación el instrumento fundamental era la lanceta, por lo que Carlos del Pozo informa a la Junta sobre las desagradables consecuencias experimentadas en la Villa de Calabozo por vacunar con la misma lanceta usada indistintamente para otras operaciones. Ante tales informaciones de del Pozo la Junta decidió con una circular a todos los vacunadores entrenados, que la lanceta de vacuna sólo se usara para ese fin, evitando realizar con la misma otras intervenciones quirúrgicas.

Carlos del Pozo mantuvo contacto frecuente con la Junta, la cual el 1 de febrero de 1806 publicó una lista de vacunados en distintas ciudades del país. Allí aparecen Tiznados con 780 vacunados, Chaguaramas con 573 y Calabozo con 1012. Su exitosa labor fue evidente.